El deporte implica en muchas ocasiones la presencia de emociones muy intensas. Si a eso le añadimos que es mi propio hijo el que compite, nuestro comportamiento como padres puede llegar a jugarnos una mala pasada si no ejercemos control sobre nuestras emociones.
Hemos visto que el deporte puede ser un instrumento muy valioso en el proceso formativo de los más jóvenes y, además, cómo podrían ayudar los padres a sus hijos a la hora de compaginar los estudios y la actividad deportiva.
Los padres, como no puede ser de otra manera, quieren lo mejor para sus hijos. Por una parte, es un motivo de alegría saber que practican una actividad saludable, que contribuye a su educación y que puede ayudarles a hacer frente a múltiples situaciones en su vida. Por otro lado, aún teniendo en cuenta todos sus aspectos atractivos, el deporte puede ser una actividad que conlleva mucha presión y emociones intensas.
Todas esas emociones asociadas al deporte (alegrías, bajones, satisfacción, desafíos, vivencias intensas…) se multiplican cuando se trata de nuestro hijo. Además, la relación que tenemos con ellos tiene un gran componente emocional, que se vería intensificado todavía más por todas las emociones que estamos comentando.
¿Qué quiere decir eso? Que en muchas ocasiones la parte racional pasa a un segundo plano y predomina ese componente emocional.
¿Qué hacemos entonces? ¿Damos “palos de ciego”? ¿Dejamos al azar algo tan importante como es nuestro propio comportamiento como padres y el control de nuestras emociones?
Los padres también juegan
El comportamiento de los padres es algo trascendental para el desarrollo de sus hijos deportistas. Lo más apropiado será que intentemos que ese aspecto pueda jugar a nuestro favor.
Es completamente normal que el deporte pueda ser un terreno que no dominemos. La inseguridad que podemos sentir, nos puede llevar a tomar decisiones que en circunstancias “normales” descartaríamos. Sin embargo, en ese contexto, es posible que nos sintamos en muchas ocasiones perdidos y no sepamos qué hacer. En ese caso, las emociones tan intensas que se experimentan, tomarían el control y guiarían nuestro comportamiento y nuestras decisiones.
¿Cómo controlo mis emociones?
Como hemos mencionado, el deporte provoca emociones intensas y si encima nuestro hijo está en el terreno de juego, lo serán todavía más. ¿Qué nos puede suceder si estamos “bajo la influencia” de emociones muy intensas que no controlamos?. Esa situación puede favorecer que nuestros comportamientos sean poco afortunados.
Si son las emociones las que controlan nuestro comportamiento, lo alterarán, pudiendo llegar a casos en los que se termina perdiendo los nervios y se insulta al árbitro, se critica al entrenador o incluso se reprocha algo a nuestros propios hijos.
¿Qué podemos hacer entonces? Para que nuestras emociones no nos jueguen una mala pasada (o incluso añadan más presión sobre nuestros hijos), será muy importante que las identifiquemos.
Además, las emociones no van a aparecer “en el vacío”, será de gran importancia también que las relacionemos con las situaciones en las que es más probable que aparezcan. Debemos tener en cuenta también las consecuencias que tienen. Posteriormente, eso nos servirá para planificar una estrategia que nos ayude a controlarlas.
Identificando emociones para el control de nuestro comportamiento como padres
Como padres, si identificamos emociones para tener control sobre nuestro comportamiento, es posible que pensemos en las que pueden ser “negativas”. No obstante, las emociones que pueden perjudicarnos no tienen por qué ser solamente de signo negativo.
Por ejemplo: Pensemos en la euforia desmesurada de un padre cuando su hijo mete muchos goles. Esa situación podría llegar a suponer una presión excesiva para el hijo, llegando a pensar que si no marca, decepcionará a su padre.
Algunas preguntas clave que debemos hacernos:
- ¿Qué emociones suelo tener respecto al deporte que practica mi hijo?
- ¿Cuál es su intensidad del 1 al 10?
- ¿Qué situaciones concretas provocan esas emociones?
- ¿Cuáles son sus consecuencias y cómo afectan a mi comportamiento?
- ¿Qué puedo hacer yo para controlarlas?
¿Cuándo pasa y qué me pasa?
Ahora tenemos identificadas nuestras emociones, su intensidad y el grado de control o no que tenemos sobre ellas. Nuestro siguiente paso será identificar en qué situaciones relacionadas con el deporte de nuestro hijo controlamos peor esas emociones.
Para esa tarea puede sernos de gran utilidad anotar una situación cotidiana que pueda darse en el partido o en los entrenamientos, desplazamientos, etc. Al lado, podemos anotar qué emoción aparece y con qué intensidad. Además, si añadimos las consecuencias que tendría esa emoción, podremos relacionarlo todo.
El objetivo es que podamos saber que en esas situaciones, será más probable que se den determinadas emociones y consecuencias. Eso nos podrá servir para (cuando esas situaciones aparezcan) poder anticipar las emociones perjudiciales.
Por ejemplo, si veo a mi hijo pasándolo mal tras perder un partido, sufro y me siento impotente y califico esas emociones con una intensidad 9 y 10 respectivamente. En las consecuencias que tendría esa situación puedo anotar que intenté consolar a mi hijo pero al final, terminamos discutiendo.
Estrategias para que los padres tengan el control de sus emociones
Debemos estar preparados para ejercer control sobre nuestras emociones a distintos niveles. Ante una situación “de riesgo”, ¿puedo hacer algo para controlar mi comportamiento antes de que aparezca la emoción?. En este caso, cada padre o madre podría pensar en la estrategia que más le ayudaría para tratar de evitar que la emoción aumente.
Por ejemplo, ante una situación en la que mi hijo no va a jugar de inicio en un partido, podría pensar: esto le servirá para endurecerse y aunque no juegue, tiene la oportunidad de observar el partido y aprender otros aspectos.
¿Y si debo controlar la emoción una vez que ya está presente? Si me enfadase al ver que mi hijo es suplente; lo interesante sería contar con un repertorio de recursos que nos puedan ayudar. Podemos hacer una lista de estrategias que puedan funcionar para nosotros (respirar hondo, contar hasta 10…)
¿Qué pasa con las consecuencias? Lo más probable es que si me hubiese enfadado porque mi hijo no sea titular, estaré muy crítico con el resto de jugadores, achacar a mi hijo falta de esfuerzo en los entrenamientos… etc.
La lógica nos dice: si lo que debo hacer es no criticar ni a los otros compañeros o al entrenador ni a mi hijo… ¿entonces qué hago?. Esa es la clave, es importante sustituir ese comportamiento por otra cosa.
Debemos tener preparada otra acción en lugar de la que queremos evitar. No se trata de asumir que no vamos a hacer algo, sino de tener listo en su lugar lo que se hará.
En el ejemplo que hemos utilizado, sería de gran utilidad fijarse en otros aspectos del partido como, por ejemplo, en la táctica del equipo.
En definitiva, estar informados de lo que nos pasa y por qué nos pasa, nos ayudará a formarnos para que podamos contar con habilidades de forma que nuestro comportamiento resulte beneficioso para nuestros hijos deportistas.
- ¿Quieres entrenar como un futbolista de élite desde cualquier parte del mundo? Visita la L4F SHOP y te ayudaremos a aumentar tu rendimiento.
- ¿Te has quedado con ganas de aprender más? Hazte con el libro de L4F, «LA GUÍA DEL FUTBOLISTA: TODO LO QUE NOS HUBIERA GUSTADO SABER».
Sobre mí
Soy Juan Fernández, Psicólogo y Máster en Psicología del Deporte. ¿Mi objetivo? promover los valores del deporte, ayudar a los deportistas a optimizar su rendimiento deportivo, además de asesorar y formar a través del deporte a los familiares y el entorno de los más jóvenes.
Puedes encontrarme también en instagram (@psico.deportiva.mente)
Referencias
Buceta, J.M (2015) Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo. Madrid: Dykinson